Vaya a una exposición, por ejemplo ésta. Acérquese a uno de los cuadros y mírelo. Cuando se haya hecho una idea del mismo, acérquese a la etiqueta y lea el título y los materiales que se han usado para hacerlo. Pose sus ojos sobre la primera palabra y nómbrela en silencio. Continúe haciendo esto con las siguientes, yendo de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Es necesario que tenga ya mecanizado el proceso y pueda asimilar todo lo que se dice. Si usted está pendiente de nombrar en silencio la palabra sobre la que se posan sus ojos y de que el camino que usted está tomando es el adecuado, usted no estará leyendo absolutamente nada y no podrá saber qué título tiene el cuadro ni qué materiales se han usado para hacerlo.
Para ello es necesario saber leer, y, bueno, eso es más complejo de explicar. Así es que si usted solo está viendo garabatos o está sosteniendo la octavilla al revés, déjelo en la mesa y mire los cuadros. Pero si lo hace ahora mismo porque se lo pedimos, sí sabe leer, coño. Para mirar un cuadro no es necesario haber aprendido a mirar en el colegio, aunque la mayoría de las personas piensen que es necesario no sólo haber ido al colegio, sino haber hecho un doctorado en historia del arte, lo que es completamente irrisorio. De hecho, son los doctores en historia del arte los que ya no saben ver los cuadros porque han tratado de usar un código parecido al de escribir y leer para descifrar la pintura, lo que es lo mismo que hacer una película en la que un hombre, durante dos horas, lea un libro y cuente una historia sin que la cámara se mueva. Esto no es verdad, pero desmitifica la figura del doctor y nos hace estar más cómodos en el mundo del arte contemporáneo.
Para ver un cuadro es necesario tener ojos y haber visto el mundo. Ante nosotros tendremos el mundo visto de otra forma. Sólo se necesitará haber mirado el mundo para entender cómo lo mira el que ha hecho el cuadro. Así es que sitúese delante de una de las telas y quédese mirándolo un rato.
Si usted no consigue ver el mundo, disimule con cara y gesto de interés, rascándose la barbilla, por ejemplo. Si está acompañado por alguien que le gusta y con quiere dormir esa noche, comente algo de los colores. No suele fallar y es lo suficientemente abstracto y subjetivo para constituir una opinión creíble. Si la exposición no es de pintura –y no es este el caso- y se muestran objetos extraños hilvanados con hilo de pescar, se tratará de una exposición de instalaciones.
Si acude usted a una de estas exposiciones, tenga cuidado de no mirar el extintor, y si lo hace, no se rasque la barbilla. En el caso que nos reúne no tiene usted problema, es fácil saber cuáles son las obras de arte. Y no solo porque estén perfectamente enmarcadas e iluminadas. Solo tiene que mirar. Y ver el mundo.
*Instrucciones de Antonio Ortega con motivo de la exposición de Paco Pomet titulada Ficciones Mínimas en 2001
y encontrado en el magnifico blog de Maquinaria en la nube
* Por cierto ¿os acordáis de áquel año en que colaron en la feria de ARCO un cuadro pintado por un niño?
2 comentarios:
Muy interesante. Y graciosa, también.
Dato clave: Rascarse la barbilla.
^^ Yo añadiria aquellos q t miran mal cuando has pasado por delante de ellos y la distancia que dejan con el cuadro para mirarlo detenidamente como si tuvieran que escudriñarlo con lupa
Publicar un comentario